por Billy Graham
La terrible incertidumbre que acosa a muchas personas proviene de un malentendido sobre lo que es la experiencia cristiana. Algunas personas parecen no conocer la naturaleza de la conversión cristiana, mientras que otras han recibido información equivocada sobre la conversión y están buscando algo que la Biblia no dice.
Muchos sufren dificultades e incertidumbre en su vida cristiana porque confunden la fe con los sentimientos.
La fe siempre implica un objeto; es decir, cuando creemos, debemos creer «algo». A ese algo, yo le llamo «el hecho».
Le diré tres palabras que le mostrarán la forma de salir de la incertidumbre para tener una vida cristiana llena de certeza y seguridad. Estas palabras son: hecho, fe y sentimiento. Vienen en ese orden, y el orden es esencial. Si las confundimos, eliminamos una o les agregamos algo, acabaremos en un pantano de desesperación, tanteando en la penumbra, sin el gozo y la seguridad que tiene quien puede afirmar: «Sé en quién he creído» (2 Timoteo 1:12).
Si usted ha sido salvado de su pecado, usted es salvo por la fe personal en el evangelio de Cristo tal como lo definen las Escrituras. Aunque al principio, quizá le parezca dogmático y estrecho, el hecho es que no existe otro camino. La Biblia dice: «Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué… Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras» (1 Corintios 15:1, 3-4). La Biblia dice que somos salvos cuando nuestra fe está puesta en este hecho objetivo. La obra de Cristo es un hecho: su cruz es un hecho, su tumba es un hecho, su resurrección es un hecho.
Es imposible hacer realidad algo solo creyéndolo. El Evangelio no llegó a existir porque algunos seres humanos lo hayan creído. En la primera Pascua, esa tumba no quedó vacía del cuerpo de Cristo porque algunas personas fieles lo hayan creído. El hecho precedió a la fe. Somos psicológicamente incapaces de creer si nuestra fe no tiene un objeto. Los cristianos no les piden a las personas que crean algo que no es creíble, sino que crean en el hecho histórico que, en realidad, trasciende toda la historia. Nosotros les pedimos a las personas que crean que la obra de Cristo por los pecadores es eficaz para todos aquellos que le confían su alma. Confiar en Él para la salvación eterna es confiar en un hecho, no en algo creado por la imaginación de alguna persona.
La segunda de estas tres palabras es fe. La fe es racionalmente imposible cuando no hay algo en qué creer. La fe siempre debe tener un objeto. El objeto de la fe cristiana es Cristo. La fe consiste en más que aceptar intelectualmente lo que Cristo dijo. La fe implica la voluntad, es decir, la decisión de creer en Cristo. Si decimos con nuestra mente y nuestro corazón: «Sí, creo en Cristo y recibo lo que Él ha hecho por mí», entonces, tenemos vida eterna. La fe, en realidad, significa entrega y compromiso con las afirmaciones de Cristo. Significa reconocer nuestros pecados y acudir a Jesús. No conocemos a Cristo con los cinco sentidos físicos, pero lo conocemos con ese «sexto sentido» que Dios le ha dado a cada hombre y cada mujer: la capacidad de creer.
La última de las tres palabras es sentimiento, y debe ser la última en el orden de prioridad. Creo que las personas que buscan sinceramente la salvación de Dios sufren desasosiego e incertidumbre cuando piensan que deben sentir alguna emoción en particular para convertirse a Cristo.
Si usted busca la salvación tal como la presenta la Biblia, será bueno que sepa qué clase de experiencia dice la Biblia que debe tener. Quizá usted haya respondido a un llamado al altar, o ha pasado a un salón aparte en una iglesia, o quizá se haya arrodillado en su propia casa tras haber escuchado una invitación a recibir a Cristo. Escuchó el mensaje, se dio cuenta de que usted era un pecador que necesita a un Salvador y supo que su vida era un desastre espiritual.
Sabía que había intentado todo lo que el hombre ha inventado para mejorar su vida y lograr un cambio, pero todo había fallado. En su estado de perdición y desesperanza, buscó salvación en Cristo. Creyó que Él podía salvarlo y que Él estaba dispuesto a salvarlo. Leyó la invitación de Jesús a los pecadores: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28). Leyó su promesa: «… al que a mí viene, no lo rechazo» (Juan 6:37). Leyó sus palabras: «¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!» (Juan 7:37).
Yo he leído atentamente todo el Nuevo Testamento para ver qué clase de experiencia podemos esperar. He analizado el texto para ver qué clase de experiencia constituye la conversión, y he descubierto que el Nuevo Testamento presenta solo una. Hay solo una experiencia que podemos buscar, y es la experiencia de la fe.
Creer es una experiencia tan real como cualquier otra, pero hay multitudes que buscan algo más; alguna sensación eléctrica que conmueva su cuerpo físico, o alguna otra manifestación espectacular. A muchos se les ha dicho que deben buscar estas emociones espirituales, pero la Biblia dice que los seres humanos son «justificados por la fe» (Romanos 3:28), no por sensaciones ni por sentimientos. Una persona es salva cuando confía en la obra terminada de Cristo en la cruz, no por sensaciones físicas o por un éxtasis religioso.
Usted me dirá: «¿Y qué hay de los sentimientos? ¿Acaso no hay lugar para los sentimientos en la fe salvadora?». Claro que hay lugar para los sentimientos en la fe salvadora, pero no son ellos los que salvan. Cualquier sentimiento que haya es consecuencia de la fe salvadora, pero el sentimiento nunca ha salvado un alma.
Cuando entiendo algo del amor que Cristo tiene por mí, pecador, respondo con amor por Cristo, y el amor implica sentimiento. Quienes aman a Cristo tienen una seguridad en Él que supera cualquier temor.
Tener una conciencia culpable es un sentimiento, y la Biblia dice que Cristo limpia la conciencia: «La sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre personas impuras, las santifican de modo que quedan limpias por fuera. Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!» (Hebreos 9:13-14).
Ser limpiado de una conciencia culpable y ser libre de su constante acusación es una experiencia, sin duda, pero no es la limpieza de la conciencia lo que nos salva. Lo que salva es la fe en Cristo. Una conciencia limpia es la consecuencia de haber iniciado la relación correcta con Dios.
El gozo es un sentimiento. La paz interior es un sentimiento. El amor por los demás es un sentimiento. La preocupación por los perdidos es un sentimiento. Pero estos sentimientos no constituyen la conversión.
Quiero repetirlo: la única experiencia, la única que podemos esperar y debemos buscar, es la experiencia de creer en Jesucristo.
Finalmente, alguien podrá decir: «Yo creo los hechos históricos del Evangelio, pero nada ha cambiado dentro de mí. Creo que no soy salvo». Quizá no lo sea, porque la fe que salva tiene una característica distintiva. La fe salvadora es una fe que produce obediencia. Es una fe que lleva a una forma de vida en particular. Algunas personas han imitado exitosamente esa forma de vida por un tiempo; pero para quienes han confiado en Cristo para su salvación, esta fe produce en ellos el deseo de vivir en la práctica esa experiencia interior de fe. Es un poder que produce una entrega y una vida piadosa como vemos en todo el Nuevo Testamento.
Usted cree los hechos; ahora, entréguese enteramente a Cristo y, por la autoridad de la Palabra de Dios, se convertirá en un hijo de Dios.