Los trabajadores furiosos amenazan la revolución industrial en curso en Etiopía

ETIOPÍA, 7 FEB 2020 – Zemen Zerihun pensó que había tenido mucha suerte y que empezaba una vida mejor para él cuando dejó su granja natal y consiguió un empleo como trabajador del sector textil en el complejo industrial de Hawassa, al sur de Etiopía.

Pero al cabo de unos meses, el joven de 22 años se hartó y dijo basta, cansado de trabajar en condiciones estresantes ocho horas al día y seis días por semana, para no poder vivir decentemente con un salario de 31 euros al mes.

“Los supervisores te tratan como a un animal”, explica. “Demasiado lento”, “perezoso”, le gritaban si el ritmo de la cadena de producción disminuía. Eran tan estrictos que seguían a los trabajadores hasta el baño para asegurarse de que no perdieran más tiempo del necesario. “Lo he pasado mal”, dice a la AFP.

Este ejemplo ilustra uno de los principales desafíos a los que se enfrentan las autoridades etíopes, empeñadas en industrializar el país para que dependa menos de la agricultura. La idea es seguir el modelo de China y otras naciones asiáticas atrayendo inversiones extranjeras con mano de obra barata para construir un sector manufacturero robusto capaz de proporcionar empleo a los jóvenes.

De hecho, la actividad industrial en las 12 grandes zonas industriales existentes creó decenas de miles de puestos de trabajo. Pero a pesar de la elevada tasa de desempleo, los jóvenes se niegan a trabajar por un salario miserable y en condiciones deplorables. Miles de ellos prefirieron dimitir.

En Hawassa, por ejemplo, un 100% del personal se renovó entre 2017-2018, según un informe del Centro Stern de negocios y derechos humanos de la universidad de Nueva York, publicado en mayo de 2019.

Los costos adicionales asociados a las nuevas contrataciones y capacitación de los nuevos empleados fueron “considerablemente más elevados de lo que el gobierno había previsto inicialmente”, prosigue el informe. El primer ministro Abiy Ahmed consideró estas zonas industriales como un motor de crecimiento que podría evitar disturbios y revueltas antes de las elecciones previstas en agosto de 2020.

– Industrialización a cualquier precio –

Desde 2014 -cuatro años antes de la llegada al poder de Abiy Ahmed- el gobierno se dio cuenta de que el sector agrícola, el principal generador de empleo del país, no podría crear los puestos de trabajo necesarios para una población en constante crecimiento, analiza Arkebe Oqubay, uno de los artífices de la estrategia.

Según el Banco Mundial, cada año dos millones de personas se incorporan al mercado laboral de Etiopía, que registra uno de los crecimientos económicos más fulgurantes del continente. Pero a pesar de los esfuerzos, el sector manufacturero sigue representando solamente un 10% de la actividad económica del país.

En 2017 se inauguró el proyecto emblemático de la zona industrial Hawassa, que alberga a 52 fábricas textiles estadounidenses, europeas y asiáticas. Alrededor de 30.000 trabajadores cosen camisetas o ropa deportiva, día y noche.

Según Arkebe, para finales de año se prevé la creación de otras 29 grandes zonas industriales en todo el país, en sectores como la producción de maquinarias o las tecnologías de la información y las comunicaciones.

Esta política ya dio sus frutos. La inversión extranjera directa alcanzó los 4.300 millones de dólares (3.900 millones de euros) en 2017, cuatro veces más que cinco años antes.

– El peor salario del mundo –

Pero los bajos salarios de estos trabajadores siguen siendo un gran tema de preocupación. Los trabajadores de Hawassa son los trabajadores textiles peor pagados del mundo, con un salario básico de 23,4 euros según el Stern Center.

Ganar tan poco no es algo excepcional en un país que no ha establecido un salario mínimo. Sin embargo, los trabajadores explican que apenas pueden pagar su comida, el transporte y el alquiler. Incluso compartiendo apartamentos minúsculos en los que duermen por turnos en función de sus horarios.

Ocho meses después de haber dejado su trabajo, Zemen Zerihun aún no ha encontrado un empleo, pero no se arrepiente. Prefiere volver a cultivar la tierra en la granja familiar que trabajar en la fábrica, que inicialmente le había dado la esperanza de una ascensión en su nivel económico y social.

Lo mismo sucede con Medihant Fehene, que también dejó su trabajo en Hawassa. “Tenía que levantarme para tomar el autobús a las 5H30 de la mañana para empezar a trabajar a las 6H00, o si tenía un horario de la tarde, no volvía hasta las 23H30, cuando era de noche y ya no era seguro para una mujer estar fuera”, cuenta.

Pasar de la agricultura al sector manufacturero es complicado para estos trabajadores, según Tony Kao, un responsable de JP Textile.

“Les llevó tiempo simplemente aprender el trabajo industrial”, dice. “Ahora tienen que llegar a tiempo, aprender nuevas técnicas, por ejemplo cómo manejar las máquinas. Es un nuevo capítulo en sus vidas”, agregó.

El gobierno intentó responder a las frustraciones de los empleados concediendo tierras a las empresas para construir dormitorios con alquileres subvencionados, según Arkebe. Pero este funcionario, ahora asesor especial del primer ministro, defiende los bajos salarios, que, a su juicio, fomentan las inversiones en Etiopía en lugar de en países donde el sector manufacturero está más arraigado.

“Si los salarios son altos y las inversiones no llegan, no habrá creación de empleo”, afirma. “Los medios de subsistencia de los trabajadores pueden mejorar con su productividad”, continúa Arkebe.

Y los responsables del sector textil se benefician de estas políticas. “Etiopía es el futuro de la producción de ropa. Todo el mundo mira hacia aquí ahora”, afirma con entusiasmo Raghavendra Pattar, director de la empresa Nasa Garment Plc en Hawassa.

– Organizar a los trabajadores –

En Hawassa, nadie representa realmente a los trabajadores, excepto los consejos de los trabajadores, considerados más bien como una herramienta de control de los jefes sobre los empleados.

Pero la Confederación de Sindicatos Etíopes tiene previsto empezar a organizar a los trabajadores a principios de este año, según su vicepresidente Ayalew Ahmed.

“Si los responsables de las empresas aceptan sindicatos en el seno de las compañías estará bien. Si no, los pondremos fuera”, explica.

El gobierno apoya el derecho de los trabajadores a organizarse mientras este proceso no perturbe el día a día de las empresas, advierte el ministro de Finanzas Eyob Tekalign Tolina.

En Hawassa, la AFP vio una mañana a docenas de candidatos haciendo fila para someterse a pruebas para enhebrar agujas o colocar clavos.

En la zona industrial, Tekle Baraso Bonsa, de 22 años, interrumpe por un momento su trabajo de teñir hilos de lana para explicar que está ahorrando para estudiar en la universidad y que los casi 30 euros que gana en la fábrica son su mejor opción. “Si no lo hiciera, estaría limpiando zapatos”, dice.